Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

En julio de 2022, en la selva del estado brasileño de Rondônia, un hombre en sus 60s se instaló en una hamaca dentro de su pequeña choza.

Colocó sobre su cuerpo plumas de guacamaya, y murió. Al igual que una cultura que nunca conoceremos.




Su último aliento, como casi todos los demás momentos de los 26 años anteriores de su vida, no fue presenciado por nadie.

El hombre, conocido como “Indio do Buraco” (indio del hoyo) fue el hombre más aislado del mundo.

Murió sin que se descubriera su origen étnico ni su lengua.

Resistió el contacto con el hombre blanco —y todo hombre— hasta su muerte. Fue visto por primera vez por un equipo del gobierno brasileño en 1996.

Durante los siguientes 9 años, miembros de FUNAI (Oficina federal de asuntos indígenas de Brasil) lanzaron varias expediciones.

La idea era tratar de contactarlo pacíficamente y protegerlo de los hombres que talaban rápidamente árboles para ranchos ganaderos y granjas de soja.

Se llevaron al lugar indígenas que recientemente habían sido contactados y que vivían en zonas próximas.

Pero estos indígenas dijeron que el hombre solitario parecía no entender su lengua. Nunca se le oyó hablar tampoco.

También declararon que nunca habían visto la costumbre de hacer hoyos dentro de las chozas.

Los intentos de contacto pacífico fracasaron.

La primera vez que un equipo de FUNAI lo enfrentó, el hombre se retiró a su cabaña.

Por 2 horas, el equipo intentó convencerlo de que eran amigables. Ofrecieron semillas, un machete, maíz.

Todo el tiempo les apuntó una flecha a través de un agujero en la pared de la cabaña.

El último intento de establecer contacto (2005) terminó cuando el hombre disparó una flecha a un miembro de FUNAI. Le perforó el pulmón, pero sobrevivió.

El rostro del indígena, hosco, ansioso, preocupado y silencioso, dejaba claro que quería que lo dejaran en paz.

En 2006 el Ministerio de Justicia de Brasil decretó que él era “el único remanente de su cultura y grupo étnico”. Podía ser considerado “un pueblo” y calificaba para una reserva protegida.

Se demarcó oficialmente el Territorio Indígena Tanaru, de 8.000 ha, y una población de 1.

FUNAI construyó una estación de vigilancia en el límite del territorio del hombre.

Los agentes ya no intentaron forzar el contacto, pero querían dar a conocer su presencia, en caso de que el hombre alguna vez decidiera iniciar contacto con ellos.

Al menos una vez al año, hacían una excursión para asegurarse que estaba vivo y bien.

Quizás con el tiempo este único superviviente podría llegar a la conclusión de que ya no podía arreglárselas solo, que necesitaba ayuda, que necesitaba apoyarse en otra persona.

Nunca fue así.

El hombre solitario vivía en pequeñas chozas tejidas con techo de paja y hojas de palma; A medida que los madereros se acercaban cada vez más, abandonaba una cabaña y construía una nueva, en lo más profundo del bosque.

En 26 años, construyó unas 53 viviendas.

*Siempre* cavó un agujero de 1,5 a 2 m de profundidad, sobre el cual a menudo colgaba una hamaca.

Luego, construía una estructura sin ventanas con techo de paja y una sola puerta.

El hombre solitario sufrió una historia de violencia.

A través de imágenes satelitales de la agencia espacial de Brasil, se descubrió que un pequeño claro en medio de la selva tropical había sido talado 2 meses antes de que surgiera rumores sobre un hombre aislado en fuga.

FUNAI viajó a ese claro remoto y, bajo un montón de tocones y maleza derribados, descubrieron ruinas de una aldea tribal.

Descubrieron restos destruidos de varias casas comunales, que habían sido dispuestas en formación semicircular cerca de pequeños campos de mandioca y maíz.

Dentro de las casas comunales, encontraron una serie de agujeros rectangulares, de metro y medio de profundidad, y completamente únicos entre los grupos indígenas de Brasil.

Una investigación posterior dibujó un panorama horrible de lo que había sucedido.

Trabajadores armados de una familia terrateniente local habían asaltado y destruido la pequeña aldea.

Se cree que era el grupo del hombre solitario, los últimos de su etnia, compuesto de entre 4-6 personas, los cuales murieron en esa incursión.

Sólo él sobreviviría y escaparía.

No es de extrañar que el Indio do Buraco haya rechazado el contacto.

Una vez mostró empatía: alertó con un grito a un trabajador de FUNAI que estaba a punto de caer en un agujero con púas que el indígena había colocado, no se sabe si para cazar o protegerse de intrusos.

Transcurrió su vida en total soledad, hasta que su cuerpo fue encontrado adornado como si supiera que su muerte estaba cerca.

Según FUNAI, no hubo rastros de presencia de otras personas en el lugar. Y no había signos de violencia o lucha.

Tuvo, al parecer, una muerte pacífica.

Las últimas imágenes del indígena (4 de junio 2022) son de una cámara de vigilancia instalada por FUNAI en un campo utilizado por él para sembrar principalmente papaya y maíz.

El indígena aparece usando un “bastón” como apoyo y tiene las costillas expuestas. Parece muy enfermo.

La Policía Federal estuvo en el lugar y realizó una investigación con especialistas del Instituto Nacional de Criminalística de Brasilia.

La autopsia determinó muerte por causas naturales. El cuerpo del hombre “más solo del mundo” fue sepultado en el sitio de su última morada.




Con él desaparecía una etnia, una cultura y una lengua desconocidas, que nunca serán recuperadas.

Incluso su nombre nos es desconocido.

Twitter @unvrsorecondito

Leave a comment

0.0/5

¡No te pierdas de nada! Suscribete

Activa nuestras notificaciones y no te pierdas ningún contenido OK No gracias