Enrique Montes
No hay amor por México que no se pueda demostrar con uno de los elementos que nos distingue: la burla. Reír es parte de los mexicanos como lo es su lenguaje, ¿Y qué mejor lenguaje que el que todo mundo entiende? Las artes visuales son símbolo de nuestras raíces como las de un enorme árbol del que se cuelga un chango singular.
Hablamos de Ernesto García Cabral, dibujante, pintor y caricaturista de sangre verde, blanca y roja. Pero, el sobrenombre de Chango no es invención mía, ni de algún personaje que haya querido desquitarse con él.
García Cabral mismo se identificaba como un chango que dibujaba sobre algún tiempo, allá, un poco lejano para nosotros. Nació en Huatusco, Veracruz, el 18 de diciembre de 1890. Cuando era niño ya era prodigio en su localidad por el dibujo que desempeñaba, y así llegó a ser profesor del pueblo a muy temprana edad.
Ya de joven llegó a lo que actualmente conocemos como la Ciudad de México y tomó clases en la Academia de San Carlos, de la mano de German Gedovius. Posteriormente trabajó en periódicos como El Hijo del Ahuizote en la época última del Porfiriato, que con su pluma retrata una postura antimaderista. Al tiempo que Francisco I. Madero toma el poder presidencial, lo manda lejos con una beca de estudiante a París.
Cuando Victoriano Huerta usurpa el papel de alto gobernador del país, corta por completo el apoyo a aquellos artistas que se encontraban en otras tierras. Por una que otra cuestión, marcha a Argentina, de la cual parte años después hacia México con el tango: Ernesto es quien lleva aquella popular música a su país natal.
En su trabajo visual, Cabral desempeña un papel muy importante en retratar personas de los barrios bajos como de la socialité, la primera mitad del siglo XX. El Chango Cabral posee una rica mezcla de la experiencia que tiene como practicante autodidacta, la gráfica popular mexicana y el Art Noveau.
En su trabajo se puede ver el trazo libre del que es poseedor: látigos que azotaron fuerte a la figura política de Madero, Zapata y Elías Calles; que delinea la relación amorosa de la pequeña paloma y el gran sapo (Frida Kahlo y Diego Rivera, respectivamente); que sintetiza las películas más divertidas de Tin Tan; que contempla la disparidad del México burgués y el México pueblerino, pero sobre todo, de una mirada que convergió en muchas épocas, en muchos lugares, en muchos estilos que se reunieron en un solo artista.
Prolífico y precursor de la caricatura mexicana contemporánea, el Chango Cabral era muy reconocido por artistas de toda índole, desde pintores hasta actrices y actores. Existe el relato de un periodista que se acercó donde se encontraban Diego Rivera y Ernesto García Cabral, y les preguntó quién era el mejor dibujante de México. Después de unos minutos de discutirlo ambos artistas, al unísono respondieron que Ernesto García Cabral.
Lamentablemente, se le tiene actualmente en el olvido. Aunque haya sido en un hombre de mundo, que superó las adversidades de su origen pueblerino a llegar a ser uno de los dibujantes más productivos de la esfera cultural del país, no es reconocido como se merece. Apenas las líneas de Salvador Novo le dedica parecen hacerle una sombra de justicia:
¿Cómo hablarás, Ernesto, de humorismo:
cómo de bromas leves o pesadas;
cómo de risas ni de carcajadas
sin hablar, como es justo, de ti mismo?
Prueba viviente tú del darwinismo,
Tú demuestras que el hombre en sus pasadas
épocas mono fue, y a las andadas
suele volver —simiesco mimetismo. +